domingo, 17 de febrero de 2013

Crisis energética: una factura molesta y cara

POR ALCADIO OÑA

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16/02/13-Clarin

Por donde se lo mire, 2012 fue otra muestra del estado en que se encuentra el sistema energético. La más perceptible asoma todo el tiempo con los cortes de luz, cuando no con algún apagón, y en las temporadas en que el gas escasea.

Poco antes del verano se instalaron generadores de emergencia en la ciudad de Buenos Aires y en varios puntos críticos del GBA, para paliar los cortes en la distribución de electricidad. Aún así, los hubo y los hay en cantidades suficientes como para desacreditar las promesas del ministro Julio de Vido: “El sistema está perfectamente preparado para encarar la temporada veraniega. No permitiremos que merme la calidad del servicio”, decía en octubre y noviembre. Salta a la vista: el sistema funcionó mal y la calidad dio parte de enferma.

En la base de una trama cada vez más complicada anidan problemas estructurales acumulados durante estos años y, por lo tanto, nunca resueltos. Entre otros, la falta de estímulos para invertir en el mejoramiento de las redes de distribución.

Como si la cuestión no estuviese también en el campo propio, el Gobierno intervino Edesur y presiona sobre Edenor. Hay compañías en cesación de pagos de hecho y al menos una se ofreció a ser estatizada: obviamente, la respuesta fue negativa, porque de lo contrario el costo de los desajustes caería de lle no sobre las autoridades nacionales.

Más de lo mismo es la costosísima factura que sale importar gas natural y licuado, gasoil y fuel para abastecer las centrales térmicas y cubrir, así, la ausencia de producción interna.

Pese al estancamiento de la economía, por ese agujero se fueron 9.266 millones de dólares en 2012. Casi tantos como los 9.413 millones de 2011, que habían escandalizado a Cristina Kirchner y sirvieron de argumento para la estatización de YPF.

Inevitablemente, la tendencia continuará este año o se acentuará si la actividad productiva repunta algunos puntos. Información que manejan expertos del sector anota, ya en enero, un aumento del 29% en la importación de gas natural boliviano respecto del mismo mes de 2012, y otro nada menos que del 44% en las compras de gas licuado.

Luego, sin freno, sigue apilándose la plata que consumen las importaciones y los subsidios indiscriminados a las tarifas de la luz y el gas.

El año pasado, el paquete destinado al sector energético sumó impresionantes $ 55.051 millones, según ASAP, una entidad especializada en el análisis de las cuentas públicas. Creció 28%, o sea, aún por arriba de la inflación real que miden institutos privados.

Esos 55.051 millones superan en 31 veces al monto gastado en 2005, cuando arrancó el sistema. Aquí emerge, ostensible, uno de los factores que explican el rojo fiscal creciente.

El punto es que todo lo que debiera bajar, sube. Y, al revés, aquello que debiera aumentar, cae. Al final, el peor de los escenarios.

Suben los costos derivados de la fragilidad de la estructura energética. Y caen, sistemáticamente, la producción y las reservas de gas y petróleo, esto es, las piezas clave de un sistema muy dependiente de ambos insumos.

Datos provenientes de la propia Secretaría de Energía de la Nación revelan que el año pasado la producción de petróleo retrocedió 1,4%, y 6% en diciembre. Desde 2003, el bajón alcanza al 25%.

La de gas cayó 3,7% en el año y 6,5% en diciembre. Contra 2003, el repliegue es del 13%.

Según el último informe oficial disponible, en 2011 las reservas de gas eran la mitad de las que existían diez años antes. Y las de petróleo marcaban una contracción del 12%.

Hay, en estos números, un circulo inquietante que sólo puede ser desarticulado con inversiones. Porque cuando las existencias se achican comprometen la producción presente y futura y el resultado final significa descapitalización del país. Remontar esta cuesta saldrá miles de millones de dólares.

Tal cual queda claro, todo o gran parte del deterioro del sistema ocurrió durante la gestión kirchnerista.

Y nada da como para celebrar.

“Hemos parado el formidable declino de la producción”, dijo esta semana Cristina Kirchner. Aludía a la de YPF y a la vez al papel de Repsol, aunque las cifras de la Secretaría de Energía ayudan poco al relato grandilocuente.

Efectivamente, en 2012 la producción petrolera de YPF creció 3%, pero comparada con un 2011 en que estuvo parada durante cien días por una huelga en Santa Cruz. Además, a partir de agosto empezó a declinar y para diciembre cantaba una caída del 6%.

Y la de gas se comprimió 2,6% en el año y 3,3% en diciembre.

Con una década en la Casa Rosada, el kirchnerismo no tiene manera de ponerle el baldón a otro, porque el estado de la estructura energética le pertenece por completo.

Y la pérdida del autoabastecimiento, también.

Hijo directo de este panorama y de los desajustes acumulados es el cepo cambiario. Nació para bancar los dólares que, igual a un pacman, comen las importaciones de gas y combustibles.

El Gobierno tampoco puede declararse sorprendido, pues ya hacia 2004 algunos especialistas advertían sobre lo que vendría. Los llamó “agogeros”, mientras metía parches y seguía pateando la pelota para adelante.

Al final, el pronóstico de los agoreros se cumplió.

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